En la ciudad de la furia,
donde nadie sabe de mí
y yo soy parte de todos…

Soda Stereo, En la ciudad de la furia.

Cada mascarón podría hacer suyos estos versos: así sea muy extensa nuestra vida, ellos nos han visto dar los primeros pasos en las calles de nuestra ciudad y, aunque decir «nadie» sea exagerado, muy pocos sabemos de ellos.

Grotescos, amenazantes o amorosos, los mascarones portan mensajes. Por su intermedio la ciudad nos habla, hablan sus habitantes que fueron.

En Buenos Aires, que no se caracteriza por conservar los testimonios de su identidad, sobreviven todavía unos cuantos. Pero los ignoramos.

Es una lástima: nos los perdemos. Nos apresuramos a lo largo de pasadizos de cemento sin percibir una escena arquitectónica cargada de significados, de signos.

En todo caso, allí están, esperando el reconocimiento y el afecto. Porque merecen que los disfrutemos y valoremos, como bien se ha dicho respecto del patrimonio ciudadano en general.

Esa es la propuesta de este trabajo: descubrir su insólita belleza y rareza. Porque cuando los conozcamos, querremos cuidarlos.